Suelo escuchar las débiles sensaciones de los pájaros, los tumultuosos átomos recorriendo espacios vacíos, y el ruido de la tierra cuando se desvanece ante la ilusión de una tarde cualquiera. Existo para ver lágrimas en el interior de un río ardiendo en el final de unos ojos.
Tuve la falta de un verano y la exigua sonrisa de un niño invocando el hastío. Una flor nacida del silencio en alguna conspiración antigua.
Si, la vida tiene dolorosos avatares: miel y miedo por mitades hasta desolarse en una mirada que yo sólo descubro al ser la más culta de las mujeres. En la luz que me abandona cuando trazo un poema que se parece a ese perro lejano que ladra todas las noches en mi cuarto a las 11:05 y que también es perdida como mi sangre. Y en la soledad, ese pecado impalpable que nos hace trocar en alucinaciones las viejas fotografías que repasamos en nuestras memorias. La que una vez vivió, ahora es polvo. Viento infeliz entre cenizas.